Texto de la conferencia dada por Ernesto Milá en Jaén el 21 de marzo de 2015 organizada por la Asociación Iberia Cruor.
Queridos amigos:
Hoy estamos en la jornada de reflexión. Así que vamos a reflexionar. Mañana la mayor parte de ciudadanos irán a votar, sin ser conscientes de lo que está en juego. Hoy, nosotros, vamos a reflexionar sobre lo que nos jugamos. Frente a los partidos tradicionales que se hunden, frente a las soluciones tímidas que intentan emerger, vamos a hablar de propuestas radicales, duras. Si lo que buscáis son soluciones radicales, esto es, que vayan a las raíces de los problemas, de eso es de lo que vamos a hablar. Si lo que queréis son palabras moderadas, mesuradas, políticamente correctas, eso no es de lo que hemos venido a hablar.
Os diré de lo que hablaremos: en primer lugar del origen de todos los problemas, la globalización. Luego de cómo la globalización afecta a España. Y, finalmente, de lo que puede hacerse contra la globalización.
Antes de empezar, os diré que mi trabajo es el de “analista”. Hacer “análisis político” es algo que hay que realizar con objetividad, olvidándose de filias y de fobias. Para hacerlo, hay que tomar los factores que aparecen ante un problema, analizarlos de mas importantes a menos importantes, combinarlos y establecer un diagnóstico. Hay que observar la realidad. Observar lo que nos rodea. Tratar de percibir sus interacciones y solamente así tendremos la posibilidad de anticiparnos.
Pero planteamos algo más que eso. No nos contentamos con ser solamente “observadores”. Queremos rectificar el rumbo de los acontecimientos y precisamente por eso es preciso saber hacia donde se dirigen, qué escenarios tenemos ante la vista. No puede haber acción política si antes o ha habido un análisis política que nos ayude a prever cómo será el futuro y cómo podemos actuar sobre él.
Es como si un entrenador preparara a su equipo para un encuentro sin saber sin saber de qué deporte iba a ser la partida. No es lo mismo jugar a fútbol que escalar una montaña, no es lo mismo hacer submarinismo que tirarse en paracaídas. Hace falta conocer, pues, el terreno en el que vamos a jugar. De lo contrario, repartir alimentos, colgar carteles, dar charlas, convocar manifestaciones, no sirve de nada.
Así pues, vayamos a la primera parte de la charla: la globalización.
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Mundialización y globalización
En 1945 se crearon las primeras instituciones “mundialistas”. La versión oficial decía que para evitar nuevas guerras se creaban unas instituciones de alcance mundial: la ONU, la UNESCO, UNICEF, la FAO, la OMS, etc. Tales fueron las primeras instituciones mundialistas. Se creó una “justicia universal”, Nurenberg… pero, sobre todo, se estableció como principio jurídico que ningún gobierno tenía el derecho de ir contra los “derechos humanos”. ¿Qué bonito, verdad? ¿Dónde estaba la trampa?
La trampa consistía en que sólo unos pocos decidían que era o no era democrático, dónde, cómo y cuándo se conculcaban los derechos humanos, qué era o no era “patrimonio de la humanidad”. Lo decidían los funcionarios de Naciones Unidas en donde cuatro países tenían derecho de veto. Eso era el mundialismo. Un atentado contra la soberanía de los Estados, a partir de ese momento, lo que existía era “soberanía limitada”. ¿A cambio de la paz? No, a cambio de una situación de tensión internacional en la que solamente hubiera dos contendientes con peso suficiente como para luchar por la hegemonía mundial. Los tratados de control de armas nucleares, las alianzas internacionales, los tratados militares, todo, absolutamente todo tenía a eliminar y satelizar a cualquier otro conteniente.
Esto era y esto es el mundialismo: algo inaceptable que ni garantiza la paz, ni garantiza la seguridad, y que solamente es una limitación a la soberanía de los Estados. Fue la paz de los vencedores ideada para mantener su hegemonía durante siglos.
Luego el mundialismo se tradujo en la búsqueda de una religión mundial, de un gobierno mundial, de una economía mundial y de una raza mundial. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, estos organismos internacionales disponen de funcionarios que son autónomos respecto a sus países de origen. Estos funcionarios, desde el principio, formaron un cuerpo ideológico “mundialista”. Personajes como Zapatero se han nutrido de esa doctrina.
Pero luego se produjo otro fenómeno de carácter exclusivamente económico que tenía poca relación con lo anterior. Durante lo que se ha llamado, los “treinta años gloriosos”, de 1943 a 1973, el capitalismo internacional realizó sus grandes negocios. Habitualmente relacionados con la guerra. Fue la guerra y no medidas económicas, lo que sacó al capitalismo de la crisis de 1929 que en 1939 seguía en todos los países capitalistas… pero no en los socialistas ni en los fascistas.
Durante ese tiempo había continuado el proceso de acumulación de capital: el capitalismo que había pasado en el siglo XIX de ser artesanal a industrial, en ese período pasó de ser industrial a multinacional. Aparecieron las empresas transnacionales, los consorcios fueron aumentando su poder e imponiendo sus condiciones a gobierno privados de soberanía gracias a la ideología de Nuremberg sobre los “derechos humanos”. Bastaba con que un país cerrara las puertas a los intereses económicos multinacionales para que inmediatamente se desencadenara sobre ese gobierno una ofensiva a muerte: los consorcios capitalistas dejaron de estar “especializados” en alimentación, industria pesada, agricultura y pasaron a diversificar sus inversiones. Hoy están presentes en distintos campos, uno de ellos y no poco importante, fue la información.
En 1973 apareció un libro que solamente interesó a unos pocos “iniciados”: La era tecnotrónica de Zbignew Brzezinsky. La tesis de Brzezinsky era, en síntesis, que la gobernabilidad de los pueblos es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de los propios pueblos. La invención del microchip en esa época hacía que la economía y la información cambiaran radicalmente. Así pues era preciso:
- De cara al “pueblo” abordar una política de “entetarmaint”, entretenimiento que lo mantuviera tranquilo, ocupara su ocio y generara una pantalla separadora entre la vida del individuo y la tarea de gobierno. Parques temático de ocio, canales de tv, industria del cine, redes mundiales informáticas, viajes low-cost, aumento del turismo mundial, aumento del consumo de drogas, etc. Todo eso para situar al “pueblo” a un régimen de narcosis que lo inhibiera de protestas, incluso que le impidiera pensar. Se creó la idea de lo “políticamente correcto” y del “pensamiento único”.
- De cara a los gobiernos el procurar crear “foros” en los que la clase política pudiera relacionarse con los centros de poder económico y, también, por lo mismo, con los consorcios de la información. De ahí surgió la Comisión Trilateral destinada a ser un foto de élites políticas, mediáticos y económicas de Japón, EEUU y Europa. Luego, esa misma idea fue asumida por el ya pre-existente Club de Bildelberg.
Esto suponía un cambio de tendencia. Desde 1943 hasta 1973 se había impuesto una economía en la que el Estado era propietario de los sectores estratégicos. Eso había permitido en apenas una década la reconstrucción de Europa tras la guerra. Era la economía keynesiana. Pero, hacia 1973, la crisis del petróleo y la guerra de Vietnam, hicieron que EEUU aboliera el patrón oro y que la economía mundial entrase en recesión.
A partir de ese momento, se empezó a imponer otro criterio económicos: el neo-liberal: más mercado, menos Estado. Hacia finales de la década e los 70, esa línea había triunfado en el Reino Unido con Tatcher, Reagan estaba a punto de vencer las elecciones americanas y en el Mediterráneo sur los regímenes de España, Grecia y Portugal iniciaban su fase de integración en Europa.
Desde 1980 el neliberalismo fue ampliando su radio de acción: el Estado debía de inhibirse completamente del juego de las fuerzas económicas, estas debían estar reguladas solamente por el “mercado”. Pero, en el “mercado” se estaba produciendo el fenómeno de la concentración de capital: cada vez más dinero estaba en manos de menos gente.
En Chile, el gobierno de Pinochet cometió el error de aplicar por primera vez políticas neo-liberales: cualquier cosa que era más barato traer del exterior que fabricarlo en el propio país, se importaba. El resultado fue el cierre de miles y miles de empresas estratégicas y un mayor impulso al comercio mundial.
Aquella experiencia tuvo su prolongación en otra igualmente perversa: el proceso de automatización de la fabricación hizo que pudiera cada vez más fabricarse más productos en menos tiempo: hacía falta buscar compradores y, sobre todo, los beneficios que obtenían las empresas, en lugar de invertirlos en esas mismas empresas, se empleaban en comprar otras para luego venderlas. El negocio era la diferencia entre el precio de compra y el de venta.
La fase siguiente fue percibir que las operaciones especulativas rendían más beneficios que la producción industrial. Surgieron los fondos de inversión en bolsa. Había mucho que comprar en los primeros pasos del neoliberalismo cuando se estableció la doctrina de que el Estado no debía de participar en la producción. Se impuso la ideología de la “privatización”: todo lo que el Estado poseía podía venderse, esto es, privatizarse: minas, transportes públicos, sanidad, enseñanza, prisiones, incluso Fuerzas Armadas.
Y es aquí en donde apareció el primer punto de encuentro entre mundialismo y globalización: las instituciones económicas surgidas de la mundialización, FMI, Banco Mundial, realizaron préstamos a gobiernos del Tercer Mundo, especialmente en Iberoamérica. Préstamos que no eran ni necesarios ni sobre los que se pidieron garantías. Poco después, cuando estas instituciones reclamaron el dinero prestado: los Estados debieron vender todo lo que era de su propiedad para poder pagarlos.
Y eso es lo que nos ha permitido establecer la imagen de la globalización en nuestra obra Teoría del Mundo Cúbico: la globalización es un mundo cúbico con seis caras en cuya parte superior, las élites globalizadas están organizadas como una pirámide: a medida que se asciende por esa pirámide, cada vez menos individuos controlan más capital. Pero en la cúspide no es que haya un individuo es que lo que hay es un principio: las leyes de la economía neoliberal. Leyes de oro, inamovibles.
A lo que nos han conducido esas leyes es a un mundo en el que
1) Se ha producido una deslocalización industrial: industrias europeas marchan hacia donde es más barata la producción, donde no hay ni Estado del bienestar, ni garantías sociales, donde la sumisión del mandarinato siempre ha estado presente. Huyen de Europa… pero venden sus productos en Europa. Es la migración empresarial de Oeste a Este y de Norte a Sur.
2) El otro fenómeno paralelo es la llegada masiva de inmigración a Europa precisamente para hacer bajar artificialmente el precio de la mano de obra y abaratar los costos de producción. La inmigración se ha permitido e impulsado precisamente porque los gobiernos europeos comen de la mano de los señores del dinero, temen el poder de los consorcios de la información y no están dispuestos a otra cosa más que a hacer cualquier cosa que se les exija para satisfacerlos.
Esto es la globalización: una autopista de doble dirección. Una lleva a la deslocalización, otra a la inmigración masiva. Todo ello presidido por el culto a los beneficios del capital.
El mundialismo y la globalización han desembocado pues en una economía financiera en Europa, en la creación de un mercado mundial con unos pocos beneficiarios y una gran masa de perjudicados y en una dirección inviable a corto plazo. De hecho la crisis iniciada en 2007 con las subprimes es la primera crisis de la globalización. Y todavía no ha terminado.
2. España dentro de la mundialización
Así pues, quien no entienda lo que es la globalización, lo que representa y lo que implica para el futuro: no entiende lo que está pasando en la modernidad y, por tanto, no puede aportar fórmulas. Si a alguien no le interesa la globalización o no es capaz de integrarlo en su doctrina política, mejor que abandone la actividad política y se dedique a otra cosa.
¿Qué papel ocupa España dentro de la globalización? Partamos de la fecha que hemos dado antes como arranque del proceso: 1973.
En aquel momento, España estaba viviendo una situación política extraña. Se había creado un gobierno autoritario, nacional, el franquismo, cuya intención y cuya función desde el principio no era otra más que la de recuperar el tiempo perdido en economía. España en 1936 estaba entre 30 y 75 años retrasada en relación al capitalismo europeo. La España de mi infancia, la de los años 50 era la España del subdesarrollo.
Sin embargo, en 1959, la nueva ley de inversiones extranjeras fue menos restrictiva. Los acuerdos firmados con los EEUU habían hecho que el gobierno español dejara atrás su aislamiento internacional y lo que hasta entonces había sido una economía de supervivencia, pasara a ser a partir de 1960 la época del despegue económico. En 1970, se había creado un incipiente capitalismo español y el país que todavía restringía la llegada masiva de capitales, era una perita en dulce para los señores del dinero.
Así pues, en 1973, está claro que España precisaba integrarse en el Mercado Común Europeo para disponer de un mercado al que exportar nuestros excedentes y, al mismo tiempo, abrir las puertas para las inversiones que necesitábamos con el fin de ampliar industria, mejorar la producción en el sector primario, y reforzar el tercio y en especial, la industria turística.
Eso fue lo que se buscó con la transición política. Dejar atrás una estructura autoritaria para adoptar la forma democrática que permitiera “estar en Europa”. Por eso el franquismo se transformó con tanta facilidad. El PSOE que no existía en 1975 al morir Franco, fue impulsado desde la socialdemocracia alemana que invirtió en España millones y millones de marcos para crear un partido de la nada.
Felipe González pagó a los alemanes este favor negociando en 1984-86, un acuerdo de adhesión al Mercado Común absolutamente lesivo para nuestra economía y para nuestra patria:
- sectores enteros de la producción fueron desmantelados, en especial la industria pesada que podía competir con la alemana. Siderurgia, minería astilleros. A este proceso se le llamó “reconversión industrial”.
- España quedó convertida en “nación de servicios”: turismo, ocio, geriátricos, hostelería y poco más… España se convirtió en periferia de Europa.
- El gobierno de Felipe González inició también la política de privatizaciones: liquidar el patrimonio del Estado y especialmente el INI, en beneficio de los nuevos amigos del gobierno.
Pero la traición de Felipe González la completó José María Aznar con su modelo económico basado en el desarrollo hipertrófico de la construcción, los salarios baratos, la inmigración masiva y el acceso fácil al crédito.
El resultado sabéis todos cuál fue: 8.000.000 de inmigrantes llegados desde 1995, estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, de la burbuja del crédito en 2009, inicio del problema de la deuda soberana en 2010, 6.000.000 de parados, una cuarta parte de la población próxima al umbral de la pobreza o por debajo de él, un billón cien mil millones de euros de deuda del Estado, ochocientos mil millones de deuda de las familias, trescientos mil millones de deuda de las empresas, en total tres billones de deuda total de nuestro país.
El dinero aportado por Europa para paliar la reconversión industrial se agotó justo antes de estallar la crisis. ZP adoptó medidas equivocadas (plan E 2009, plan E2010, plan de ayuda a la banca, etc.) que llevaron a la crisis de la deuda en los últimos años del zapaterismo y primeros de Rajoy.
Pero a este problema exclusivamente económico se añadió el de una transición cerrada en falso.
En 1978 los partidos políticos diseñaron un sistema cuyos pilares serían dos grandes opciones de centro-derecha y centro-izquierda que se irían turnando en el ejercicio del poder, ayudados por dos fuerzas menores de carácter periférico que les apoyarían en cuanto no alcanzaran mayoría absoluta para gobernar. A eso se le llamó “bipartidismo imperfecto” y constituye lo esencial de la constitución de 1978.
Pero en las regiones periféricas, cuando se instituyeron estatutos de autonomía, vencieron partidos regionalistas (CiU y PNV), así que UCD para gobernar en algunas autonomía inventó el “café para todos”: se crearían estatutos de autonomía incluso allí en donde no existía interés ni tradición autonómica.
Pronto España se vio convertida en un puzzle de 17 autonomías. Pero incluso esto no hubiera sido excesivamente problemático, de no ser porque se produjeron dos fenómenos: la formación de redes de intereses tupidos en cada autonomía, formados por los segundas filas de los partidos políticos que reprodujeron el mismo mal que ya se había apoderado del Estado central: la corrupción.
Desde 1983, con la llegada del PSOE al poder, los niveles de corrupción se dispararon. Aun hoy es difícil saber si el AVE Marid-Sevilla o los fastos del 92 costaron más en comisiones o en coste de las obras en sí. La corrupción se apoderó primero de todos los ministerios del Estado, luego de las autonomías. El hecho de que todos los partidos fueran co-responsable hizo que nadie adoptara medidas. Durante 30 años se fue repitiendo que la clase política era honesta y los corruptos una excepción. Por tanto no había que preocuparse. Finalmente, se extendió como un mancha de aceite por los gobiernos municipales.
La misma lucha antiterrorista se convirtió en un pozo de corruptelas: 40 millones de pesetas por cabeza de etarra que nunca llegaban a los que asesinaban etarras sino que se perdían en los distintos departamentos del ministerio de interior. Mientras, ETA seguía asesinando.
Cuando llegó la crisis de 2008, se hizo evidente que ya no podía seguirse el mismo ritmo faraónico, que las autonomías debían reducir sus presupuestos, o al menos, sanear su economía, atenuar sus gastos, y renunciar a las corruptelas. No se hizo. Lo que se hizo fue algo todavía más perverso: se fue sacrificando el Estado del Bienestar al Estado de las Autonomías. Ya que los beneficiarios del primeros eran las poblaciones y los del segundo, las castas políticas autonómicas, estas no estuvieron dispuestas a renunciar a sus intereses y consiguiente recortaron las prestaciones sociales. Poco a poco, el Estado del Bienestar va muriendo en beneficio del Estado de las Autonomías.
En casos extremos, para tener el 100% del pastel y no repartirlo con nadie, algunas castas autonómicas impulsaron procesos soberanitas como el vasco o el catalán. Algunos servicios públicos como la sanidad y la educación estuvieron al borde de la quiebra. La educación dejó de ser un banco de formación de jóvenes preparados para entrar en la universidad y en la formación profesional, a convertirse en un lugar de almacenamiento de niños. La educación está quebrada en España, más que en ningún otro lugar de Europa. Y esto es ya irreversible.
Así pues, cuando se cumplen 38 años de democracia y de constitución de 1978 el cuadro no puede ser más desolador.
- Partidos políticos desprestigiados con una brecha que les separa de la población. Todos ellos enfangados en casos de corrupción en todos los niveles administrativos.
- Pérdida en la calidad de los servicios prestados por el Estado y por las autonomías.
- Retroceso constante del Estado del Bienestar en beneficios del Estado de las Autonomías y de los procesos neoliberales de privatización.
- Niveles de deuda que apenas dan para pagar los intereses pero nunca el mayor de la deuda.
- Desertización industrial de España, conversión en país de servicios, empobrecimiento de las clases medias. Salarios de subsistencia. Inestabilidad en el empleo. Obligando a muchos jóvenes y no tan jóvenes al exilio económico.
Llegamos a la etapa actual: la primera oleada de la crisis generó directamente el “movimiento de los indignados”. En un país tradicionalmente apático, aquel movimiento supuso la exteriorización de que algo no iba bien. Ya no bastaba con comentar en las tertulias en los bares que la clase política era corrupta y que había adoptado medidas anticrisis para proteger a los señores del dinero y a la banca. A partir del movimiento del 15-M quedó claro que estaba a punto de cristalizar un fuerte movimiento de protesta.
En la medida en que parte de esa protesta iba contra el zapaterismo, era también evidente que la mala gestión de éste, la pérdida de calidad en la afiliación al PSOE, sus política erráticas en materia autonómica, en ingeniería social, en vertebración del Estado, etc., todo ello iba a generar un deterioro creciente del centro-izquierda y a propiciar su declive como fuerza política.
Fue en las elecciones europeas de 2014 cuando se afirmó la alternativa de Podemos surgida del 15-M. Los dos grandes partidos descendieron alarmantemente en número de votos.
En Cataluña, la ofensiva soberanista solamente ha servido para una recomposición de las fuerzas políticas. Los niveles de corrupción de CiU, las dudas del PSOE, la insignificancia del PP, llevaron momentáneamente a que ERC fuera mayoritaria entre el electorado con un programa soberanista que se afirmaba a expensas de CiU. Pero el deterioro del PSC por la izquierda, el del PP a la derecha con la irrupción de Ciudadanos, corre el riesgo de alterar todo el mapa político catalán el próximo 27-S. Además, la irrupción de Podemos resta voto joven y de protesta a ERC, con lo que el mapa soberanismo-estatalismo queda alterado en beneficio de los segundos. Cada día que pasa, el soberanismo se aleja de la mayoría absoluta.
En el País Vasco, por su parte, la hegemonía política del PNV ha quedado atrás y Sortu, el antiguo frente político de ETA, una vez abandonadas las armas, se ha hará fuerza hegemónica en aquella autonomía.
A nivel nacional vamos a asistir al deterioro creciente y progresivo del PSOE especialmente y del PP, que irán perdiendo votos en beneficio de Podemos y de Ciudadanos. Sea como fuere el próximo parlamento estará atomizado con muchas fuerzas políticas diferenciadas. En Andalucía, mañana, lo más probable es que ningún partido obtenga mayoría absoluta y que el PSOE se vea forzado a pactar.
Pero el sistema político de 1978 no está hecho para pactos, no es un sistema pluripartidista, sino un bipartidismo imperfecto. Cuando aparece esta contradicción se tiende automáticamente a niveles cada vez mayores de inestabilidad política: pactos coyunturales que se rompen en cuanto las encuestas son desfavorables a alguna parte, imposibilidad para reformar el sistema por ausencia de tres cuartas partes de consenso.
A partir de las próximas elecciones generales, ni siquiera será posible qe una “gran coalición PP-PSOE” obtuviera las ¾ partes de los votos para abordar reformas en profundidad del sistema. Así pues, nos movemos hacia una situación de inestabilidad creciente del sistema político, agravada por una crisis económica sin perspectivas y por una deuda que atenaza al país, a las empresas y a las familias.
Sin olvidar que las fuerzas que dieron vida a la constitución de 1978, fuerzas políticas, sociales y mediáticas, ya son completamente diferentes, pero no han surgido otras fuerzas similares capaces de llegar a consensos o de obtener la unanimidad para realizar reformas.
Lo que está claro es que el régimen nacido en 1978 se encamina hacia su final. Y que este final será tragicómico: un régimen que ya no responde a las necesidades y a los intereses de un país, pero cuya estructura impide reformarlo salvo por consensos cada vez más imposibles de forjar.
Lo peor no es solo esto sino que, caído el modelo económico de Aznar, ni ZP ni Rajoy han sido capaces de establecer otro de sustitución. No sabemos de qué va a vivir este país en las próximas décadas. No es raro pues que cada vez haya más españoles jóvenes que opten por abandonar el país o arriesgarse a trabajos inestables y malpagados.
Estamos ante una situación de empobrecimiento de las clases trabajadoras, proceso irreversible y en el que no se ve ninguna luz al final del túnel, la que se ve es la luz que se percibe desde el fondo del pozo negro en el que una clase política degenerada, corrupta e ineficaz, nos ha sumido.
La tarea de los identitarios
Tal es la situación y es sobre esta situación sobre la que tenemos que operar. La podemos ignorar o encararla. Si la ignoramos, nos estrellaremos, hagamos lo que hagamos. Si la encaramos, podemos fracasar o no… todo dependerá de si a un análisis político correcto somos capaces de unir una estrategia y una táctica correctas y si nuestra clase política dispone del carisma suficiente como para poder irradiar en torno suya un movimiento de atracción y empatía hacia los postulados de nuestro entorno político.
¿Y qué pueden hacer los identitarios ante este panorama?
Lo primero de todo, no insistir mucho sobre el nombre: ¿identitarios? Es bueno como cualquier otro nombre. Pero a los nombres hay que darles contenidos. Si no, no son nada.
Del análisis y del diagnóstico se desprenden algunos elementos de programa: por ejemplo, si los males derivan del neo-liberalismo, eso querrá decir que habrá que señalar con el dedo acusados a ese fenómeno y a todo lo que implica. No a las privatizaciones. No al dominio de los mercados. No a la no intervención del Estado en economía.
Si el mundialismo se inicia con recortes a la soberanía nacional. Hay que reivindicar esa soberanía en su totalidad. Si la dimensión nacional de un país ya no es suficiente como para poder garantizar su independencia, lo lógico es tender a bloques de países, alianzas. Hay doctrinas sobre las que se puede basar tales pretensiones: por ejemplo, la teoría de los grandes espacios económicos en los que cada país tiende a ser autárquico en el máximo de terrenos posibles y exporta solo excedentes e importa aquello que no puede fabricar. Este “gran espacio económico” para funcionar debe ser homogéneo y cerrado a influencias exteriores. Europa, por ejemplo, pero una Europa desvinculada de la globalización, y sobre bases nuevas.
Frente a la economía financiera y especulativa, obviamente, economía basada en desarrollo de las capacidades industriales y en la producción de bienes y manufacturas. Una economía social frente a una economía capitalista.
La fórmula patriotismo más políticas sociales avanzadas es lo que puede darnos perfil propio. La solemos llamar “patriotismo social”, frente al patriotismo constitucional y a la ignorando de todo patriotismo. Si alguien es patriota, está obligado a lucha por los derechos de todos los hijos de esa patria, por la defensa de los más mayores y de las generaciones que vendrán. Eso es patriotismo social.
Ese patriotismo social se debe basar en raíces profundas: la historia dice mucho sobre cuál es la identidad de un país. Aquella con la que se siente identificado y que responde a su personalidad más profunda. Es bueno saber cuál es su identidad. La nuestra es la civilización clásica y la catolicidad. De ahí derivan unas orientaciones educativas, una forma de ser, de ética y de moral que hay que promover. Unas tradiciones a respetar y unas exclusiones tajantes: quien no se integra debe de irse, o en cualquier caso, no puede recibir la nacionalidad por un mero acto administrativo.
Lucha contra la corrupción: mejor dicho, mano dura contra la corrupción. Múltiples medidas basadas en la no prescripción de esos delitos, en la confiscación de bienes para restituir lo robado, en penas de prisión sin posibilidades de acogerse a beneficios penitenciarios, etc. Dureza ¿por qué? Porque un delincuente común roba a individuos, un corrupto roba a todo un pueblo.
Frente al Estado de las Autonomías lo esencial es restituir la dignidad del Estado y exaltar la lealtad a un Estado que sea expresión organizada de la comunidad nacional. Indudablemente, las primeras medidas deberían de ser la restitución al Estado de las competencias en materia de sanidad y educación de las autonomías.
Reducir el peso de las autonomías, desarticularlas, reducir su número al estrictamente necesario, en beneficio de la “segunda descentralización” la que debe darse en los ayuntamientos. Esta es la administración de proximidad, la que más en contacto está con el ciudadano. Es preciso fortalecer el Estado central, convertir a las administraciones municipales en los auxiliares del Estado en cada comunidad.
En política social es preciso restituir la coherencia al mercado laboral y, por lo mismo, a restituir la dignidad de los salarios. Se trabaja para algo más que vivir: se trabaja para disponer de un salario que permita la formación de familias, la educación de los hijos, el ocio. Queremos un trabajo y una remuneración que nos ayuda a vivir plenamente. No como hoy que a fuerza de vivir para trabajar, perdemos la vida. Esto implica necesariamente repatriar a los excedentes de inmigración.
Es preciso combatir a las grandes acumulaciones de capital y para ello hay que poner límites a los beneficios del capital. El Estado debe volver a ser la expresión organizada de la comunidad en la realización de su destino histórico, por tanto no puede estar en manos de los “señores del dinero” u ocupar un rango subordinado a estos.
Los partidos políticos son instituciones del pasado en un momento en el que las ideologías han muerto. Alguien está en un partido, fundamentalmente, para sumarse a un grupo que beneficia a sus integrantes. Esto es inadmisible y conduce a políticas clientelares. Es preciso disminuir el poder de los partidos políticos, conseguir que entren en el parlamento otros tipos de representación por grupos sociales, no en función de los resultados obtenidos por los partidos cada cuatro años.
El Estado está obligado a asumir algunas funciones crediticias: a la pequeña y mediana empresa, las hipotecas, los créditos agrícolas. Y para eso hace falta una banca pública que conviva con la banca privada pero monopolice estas actividades crediticias.
En política internacional es preciso romper con los viejos usos: con la OTAN y con la agresividad e intromisión de los EEUU. Es necesaria una política de mano tendida y paz en relación a Rusia. De defensa armada y contención en relación al mundo árabe y de amistad, solidaridad e intercambios con el mundo hispano.
Es importante no inmiscuirse en políticas en las que no tengamos nada que ganar ni que perder directamente. No tenemos nada que decir sobre todo lo que ocurre en el mundo árabe y en Oriente Medio. Cada zona geográfica es dueña de elegir el tipo de gobierno y de organización que desee y que más y mejor corresponda a su tradición. La fuerza hegemónica del mundo árabe es el islam… pero no se puede tolerar la presencia del islam en Europa, ni mucho menos la islamización del continente.
Puede hacerse. El hecho de que el primer partido de Francia sea en estos momentos el Front National, el hecho de que en países como Austria, Italia, Reino Unido, Holanda, en el Este Europeo, en los Países nórdicos, haya movimientos que responden al análisis que acabo de presentaros y que aportan soluciones, indica que, efectivamente, por ahí hay un camino a seguir.
Lo primero de todo: buscar un perfil propio. No basta con decir, “soy sindicalismo” en un momento en el que el sindicalismo ha dejado de existir y el capitalismo tiene una estructura completamente diferente a la que tenía cuando el sindicalismo era eficaz contra él. Lo que hay que hacer es buscar ese perfil propio, diferenciado de otros.
De ahí la necesidad de radicalismo. De ser duros en la crítica, cortantes como el acero. No basta con proclamar que tenemos las “manos limpias”: se trata de pedir “mano dura”. Y de hacerlo de la manera más enérgica posible.
Partiendo de los actuales mimbres puede hacerse mucho. Vamos a ver qué tal van las elecciones municipales. Habrán obtenido representación aquellos partidos que al menos en algunas zonas hayan obtenido apoyos populares. Una “asamblea de concejales” podría ser un buen comienzo para agrupar fuerzas.
Lo que no van a servir es la traducción y adaptación de modelos extranjeros a España. Los hay que dicen “yo quiero hacer lo de Amancer Dorado”, otros “Yo quiero hacer lo que hace el Front National”, o lo que hace “el Vlaams Belang flamenco”, “yo quiero hacer lo que hace Wilders en Holanda…”, etc. Todas estas son falsas soluciones. Hace falta hacer aquello que la situación política española sugiere que debe hacerse, aquello que deriva de nuestra particular situación política y social.
Las próximas elecciones municipales van a ser un test para el sector que acepta la lucha electoral.
Luego están la galaxia de asociaciones, los hogares sociales, los movimientos de todo tipo que solamente pueden funcionar siempre y cuando encuentren una estrategia única que suscite apoyos más allá de los que aportan sus militantes y sobre todo gane en credibilidad entre la población.
Puede hacerse. De hecho, otros lo han hecho en otros países. Así pues no hay excusa.