lunes, 7 de enero de 2013

Frente al separatismo: ¡España!


Si en España hay algo que nos sobra son los refranes. Hoy, con una crisis brutal que están haciendo temblar los cimientos de la democracia partitocrática, vendría como anillo al dedo uno de esos sabios refranes hispánicos: "a río revuelto, ganancia de pescadores". En esta tesitura absolutamente dramática, esos "pescadores" los tenemos en primera fila, a cara descubierta, sin vacilaciones: las huestes separatistas.

Ya hemos contemplado en los últimos meses como los odiadores profesionales de la Nación, a través de la Generalidad catalana, promueven una consulta independentista para resquebrajar la unidad nacional mediante fofas propagandas economicistas y de "identidad". Son lemas fáciles de rebatir, por la infantilidad de los mismos, y que responden a una actitud reaccionaria sin base alguna.

Pero no nos vamos a perder por esos arrabales. Ese es el juego que el separatismo pretende, el reducir la cuestión a una mera cuestión de "hurto madrileño" y de un "identitarismo de chistera". Las respuestas están en la Historia. Ahí es donde el separatismo teme el combate, pues sabe perfectamente que no tiene razón de ser históricamente. Es un producto caduco, decimonónico, romántico y que obedece a una actitud de egoísmo y sobre todo... ¡de poltrona!

¿Cómo se gestó el nacionalismo catalán? A finales del XIX los últimos vestigios del Imperio Español se tambalean. La masonería cubana, llave maestra de la insurrección, ha sabido manejar los hilos, produciéndose la rebelión de los autóctonos de la isla clamando por el fin del dominio español. La rica burguesía catalana con grandes negocios en la isla, tras caer el Imperio, se jacta de los grandes capitales repatriados tras la derrota del 98. A su vez, la transformación continua de un movimiento meramente cultural e inofensivo en principio -la Renaixença- en un producto político utilizado por la burguesía catalana para despedazar la Patria mientras se pugnaba por mantener Cuba ante los insurrectos y la canalla yanqui, fueron aprovechados por los dientes roedores de una casta privilegiada para conspirar en el cuerpo de la Nación. Mediante la utilización de una supuesta "identidad diferente" la burguesía catalana comienza a sentir un falso amor por la lengua catalana, inmiscuyéndose en los juegos florales y en actividades culturales para promover sus planes sibilinos para desgastar al Estado aún más.

Aunque hubo un catalanismo federalista y de izquierdas años antes, este no supuso gran cosa en aquel momento. Es en el conservadurismo catalanista donde se produce el reto a España. Fueron los Prat de la Riba y los Cambó los que comenzaron a trabar la traición pero, al igual que los separatistas de nuestro siglo y finales del anterior, mediante la trampa de un falso colaboracionismo con el Estado y la retórica autonomista. Frases rencorosas de tales individuos contra España -aludiendo ser esta la enemiga de Cataluña- empiezan a discurrir por la ciudad Barcelona.

Los separatistas, a través de la Lliga Regionalista, aplaudieron a La Veu de Catalunya y a la revista Cu-Cut en 1905 ridiculizando a la Nación y al Ejército, pidiendo en 1914 la Mancomunidad para preparar el camino de la independencia y agitando al por entonces canijo separatismo en 1917 hacia el autogobierno y el federalismo asimétrico.

Esta actitud generó un caldo de cultivo que hizo movilizar a posteriori un secesionismo izquierdista, todavía más salvaje, que tendría consecuencias más serias. Salió un Maciá, un Companys, un Ventura Gassol y una serie de elementos nocivos, ahora a través de la Esquerra, que pretendieron consumar su odio hasta las últimas consecuencias. En abril de 1931 Maciá proclamó el "Estat Catalá", yendo algunos ministros botarates de la Segunda República naciente a ofrecerle un Estatuto en caso de que retirara su proclama secesionista. En 1932 tuvo Maciá su regalo. En 1934 su sucesor, Lluis Companys, se echó al monte para con aquel eufemismo insultante de "Estado Catalan dentro de la República Federal Española" alzarse en armas. El Ejército aplastó la rebelión del odio, el presidente del gobierno Lerroux suspendió el Estatuto y encarceló al gobierno de la Generalidad. Pero con la victoria del Frente Popular fue restaurada la traición.

1934 fue el año que quedó aplacado el separatismo momentáneamente y 1939, con la victoria de las tropas de Franco, lo fue de forma definitiva. ¿Definitiva? Eso hubiéramos querido, pero la transición y la Constitución volvieron a abrir la veda. Y es que este proceso no fue más que un "apaño" para que renaciera el odio del acomplejado separatismo. Fue el nido de la Cataluña provinciana, aldeana, de terruño contra el resto de España. Ya podemos observar en lo que Cataluña ha quedado reducida en las últimas décadas: Pujol, Carod Rovira, Puigcercós, Mas y a los peleles necesarios del socialismo catalán -Maragall y Montilla- y del liberalismo de alcornoques -Piqué y Sánchez Camacho- que tanto daño han hecho a la españolísima Cataluña, sin olvidar los numerosos casos de corrupción -caso Palau o el famoso 3%- que hacen que la Cataluña de los separatistas parezca una película de gansters -hoy del delito económico, ayer del tiro en la nuca con Terra Lliure-.

¿Cuál es el problema de Cataluña? Fácil respuesta: el separatismo, el socialismo y el liberalismo popular. ¡¡¡Y la Constitución!!! El separatismo ha llevado a cabo una verdadera arquitectura hacia un futuro Estado independendiente desde hace más de tres decenios sin titubeos ni vacilaciones; socialistas y populares, necesitados de los servicios de los traidores para sacar adelante sus proyectos parlamentarios, han estado transigiendo mezquinamente; la Carta Magna ha sido el poso en el cual el separatismo ha basado su legitimidad "nacional" -¿olvidamos ese engendro constitucional "español" hablando de "nacionalidades históricas"?-. He aquí los frutos y las consecuencias: "cooficialidad" lingüística consistente en aplastar legislativamente el español, multas a los comercios que rotulen en español y no en catalán, retirada de banderas nacionales de los edificios públicos, "embajadas" catalanas en países extranjeros, impuestos "catalanes" al margen del Estado, educación basada en el odio a la Patria y a su Historia, propagandas alentando a la secesión, consejeros llamando a una consulta para resquebrajar España, televisiones públicas al son del separatismo... Mientras la Generalidad consuma la traición, el pueblo de Cataluña sufre las penurias de la tiranía separatista en la vida cotidiana.

Pero parece que España es un pueblo de frágil memoria y no digamos ya su clase política. Nosotros la refrescaremos. Decía Ramiro Ledesma Ramos en 1931, de forma acertadísima, que el separatismo tenía tres etapas bien definidas:

1ª. Encaramarse a los puestos de influencia en Cataluña y desde ellos educar al pueblo en los ideales traidores e intervenir en la gobernación de España, en el Poder central, con el propósito firme y exclusivo de debilitar, desmoralizar y hundir la unidad de nuestro pueblo.
2ª. Debilitar nuestro ejército, esclavizar nuestra economía, enlazar a sus intereses las rutas internacionales, propulsar los nacionalismos de las regiones haciéndoles desear más de lo que hoy desean, lograr, en fin, que un día su voluntad separatista no encuentre en el pueblo hispánico, hundido e inerme, la más leve protesta.
3ª. La separación radical.

Las dos primeras están más que cumplidas. Han tenido durante largos años el poder regional y han educado desde los centros de enseñanza a toda la juventud en el odio a todo lo hispánico, interviniendo en los gobiernos nacionales -los de Aznar y Zapatero fundamentalmente- creando un clima de máxima tensión. Además han mermado la economía nacional -mediante el chantaje y con el órdago del pacto fiscal-, están vendiendo su "libertad" en el exterior mediante sus "embajadas" y en los organismos bruselescos, está radicalizando los separatismos de otros puntos de la Nación -Vasconia, Baleares, Galicia- y han anestesiado a la masa de los españoles que parece que, salvo casos excepcionales y valerosos, le es indiferente el pleito. ¿Y la tercera etapa? Más viva que nunca, en su fase de maduración. Ahí están los municipios que se declaran "independientes" de España, los distintos referéndum ilegales en algunas localidades catalanas -donde votaban hasta los menores de edad y los extranjeros para mayor escarnio- y la chulería de celebrar una consulta en 2014 para proclamar la separación de España definitivamente.

¿Hay alguien, además del separatismo, cómplice de la actual situación? Por supuesto. Y a ellos señalamos como los verdaderos culpables: todo el arco parlamentario nacional y regional catalán. Y decimos todos porque incluso hasta los que se dicen contrarios a la secesión se refugian tibia y miserablemente en la Constitución, la cual es la causante de la hecatombe. De poco nos vale que Ciudadanos o UPyD defiendan la unidad tajantemente poniendo como pretexto el texto constitucional. De poco nos vale que el Partido Popular, que transfirió al cáncer autonómico multitud de competencias y en especial en la etapa Aznar a Pujol, coja ahora falsamente -como lo hizo siempre- la bandera del patriotismo. Nada confiamos en los socialistas -profundamente antinacionales- que en cada región tienen un discurso distinto. De los comunistas mejor ni hablar, pues su desprecio al patriotismo y a los valores nacionales les viene desde la cuna. En cuanto a los leguleyos constitucionalistas de plató y tertulia ¿por qué en vez de recurrir a escamurazas estériles no piden al gobierno que aplique el artículo 155 y en caso de extrema gravedad el 8? ¡Ah! Eso conlleva a la lucha. El pacifismo de los bobos de poltrona, adoradores del escaño, del coche oficial y de las dietas, no podría tolerarlo...

¿Qué decir de la prensa? O defienden como papagallos el texto constitucional -no se dan cuenta que España es algo mucho más antiguo y más grande que una serie de títulos y artículos- o los liberales más viscerales -Jiménez Losantos, César Vidal y cía.- parecen querer imitar a aquel estúpido ABC de los años treinta con su famoso "o hermanos o extranjeros", animando incluso a que se le conceda la independencia. ¡¡¡Tan malditos los separadores como los separatistas!!! Algunos incluso se afanan por boicotear los productos procedentes de Cataluña. ¿No se dan cuenta que esos productos son tan españoles como los extremeños o los cántabros? ¿Acaso eso pone fin a la cuestión? Es lo que tiene la secta "losantos-vidaliana", que creen que la economía lo es todo.

¿Y el Jefe del Estado? Un florero. Es lo que tiene una institución que debiera estar "gloriosamente fenecida" y que no es más que un elemento decorativo de un sistema corrupto imposible de regenerar. ¿Aún creerá el monarca que hablando se entiende la gente? Pobre.

La clase política, la prensa oficialista y el Jefe del Estado no son capaces de defender qué somos ante el separatismo. Nosotros nos encargaremos: un pueblo cuya herencia es greco-romana, visigótica y católica al que debemos fidelidad absoluta. Hijo de Grecia y de Roma, pueblos fecundos que forjaron lo más granado de la civilización europea y, por ende, la hispánica. Aquel en que la romanidad implantó la unidad administrativa de la península ibérica mediante su acción civilizadora. Solo así puede explicarse nuestra unificación nacional, que nace desde que el rey godo Recaredo -siguiendo en gran parte la política iniciada por su padre Leovigildo-, tras el III Concilio de Toledo allá por el año 589, adoptó el catolicismo y anunció la gran empresa de la total unidad peninsular, concluida magistralmente por el rey Suintila décadas después. La invasión musulmana y la lucha frente al Islam tuvo como trasfondo la restauración y reconstrucción de la unidad perdida, donde los distintos reinos cristianos -entre ellos Aragón- tuvieron una clara vocación unitaria. Ocho siglos de lucha para regresar a nuestra autenticidad, para hacer frente a los intrusos, concluida por los Reyes Católicos en 1492. Solo así España pudo efectuar su misión, desde el siglo XVI en adelante, no olvidando ni abjurando de esa herencia, con las almas valerosas de castellanos, andaluces, extremeños, vascos, catalanes, aragoneses, etc. El Imperio caería -todos lo hacen- pero la unidad de la Patria siguió firme.

El separatismo no obedece a ninguna idea grande. Es el ego de los acomplejados. La vuelta a la vida primitiva y troglodítica. Puro resentimiento aldeano basado en mitos, leyendas y cuentos de nula historicidad. Basando su carácter "nacional" en la lengua y en diferenciaciones, como si acaso estas determinaran lo que es una nación. Olvidan de forma consciente que España integró todo ese acervo a su unidad. El separatismo lo sabe, pero su necedad que es infinita, no es inocente. Desconfiad siempre cuando las víboras os hablen de "Estado libre asociado", de "federalismos asimétricos", de "pactos fiscales", de "nacionalidades históricas" y otros eufemismos. Todo ello es la máscara -pues así se ejecutan siempre las traiciones- donde se esconde el verdadero crimen: la separación.

Por eso la primera verdad política existente se llama España. Una verdad absoluta que ni se discute, ni se niega, ni se duda, ni se vota, ni se negocia, pues la Patria es un tesoro que nuestros antecesores con esfuerzo y sacrificio nos dieron para mantenerlo en el presente y entregárselo a las generaciones venideras. Una verdad que hizo enmarcarnos en la Historia Universal y que fue y es -¡¡¡y será!!!- garantía de nuestra existencia. Cataluña no es un coto privado ni de Artur Mas ni de los "libertadores" de la Generalidad. Aunque quisieran todos los catalanes la independencia esta no se podría conceder jamás. Cataluña es patrimonio de los españoles y no de un partido, clase o grupo. Cataluña, por el simple hecho de ser española, no puede ser hurtada por sus traidores.

Esperemos que el órdago de la mafia independentista sea detenido como debe. En el caso de que el Estado corrupto y cobarde actual sea incapaz de mantener la unidad nacional, habremos de ser los españoles los que tengamos que levantarnos como un solo hombre y poner freno, sin temblarnos el pulso, para seguir haciendo de Cataluña, per saecula saeculorum, región eternamente española. O tenemos fe en que venceremos esta pugna o pasaremos a la historia como los eunucos que no supieron defender la unidad nacional más antigua de Europa.

Luis Castillo